domingo, 5 de diciembre de 2010

El auténtico Valle de Tena

La Foratata, montaña que preside imponente el norte del valle, vista desde el embalse de Lanuza

Al tomar el desvío de la N-240 a su paso por Sabiñanigo, adentrándose de lleno en el Valle de Tena, se observa un denominador común en todos los coches que encuentras a tu paso: la mayoría de ellos lleva porta esquís. A nadie se le escapa que las estaciones de esquí de Formigal y Panticosa son los principales reclamos turísticos de la zona. Máxime durante la temporada invernal. Pero el valle esconde mucho más de lo que la gente puede ver a simple vista. Bellos parajes, amables y pintorescas gentes y una rica gastronomía que muchos de los que suben cada fin de semana no se molestan en descubrir.

El embalse de la Sarra es, a menudo,  punto de partida para excursionistas.

Nuestro recorrido por la tensina tiene su primera parada en el embalse de La Sarra, al que se accede únicamente por el desvío de la carretera vieja que une Formigal con Sallent de Gállego. El embalse se emplaza en el río Aguas Limpias a su paso por las faldas de los imponentes picos del Infierno y de la Foratata. La paz que desprende este solitario y recóndito paraje contrasta con el loco ajetreo de las colas de las telesillas y cafeterías. Se respira un halo de misterio que evoca los antiguos seres mitológicos que poblaban el Pirineo aragonés. La mente no tiene dificultad en imaginar a Atland, el guardian de las cumbres con aspecto de viejo bonachón, pasear por el bosque. O a la diosa Culibillas y sus hormigas blancas, que dan nombre a Formigal, siendo cortejada por el perverso Balaitus.

Sallent de Gállego visto desde la carretera vieja que sube a la estanción de Formigal.

Dos kilómetros más abajo está Sallent de Gállego. Un pueblo que ha crecido mucho en la última década, pero que sigue conservando su encanto y su identidad pese a la invasión de la gente de ciudad que ha sufrido. Un paseo por su calle principal basta para comprobarlo. Primero se pasa por el colegio. A mano izquierda queda la vieja panadería, la cual es fácil de encontrar, ya que, a menos que se tenga la nariz taponada, su delicioso olor nos guiará hasta su puerta. Un poco más abajo, a mano izquierda, los paladares más exigentes tienen su pequeño rincón. Dos pequeñas ventas especializadas en el queso de Gavás, producto autóctono, y vino. Jesús, el dueño, permite degustar todos sus productos: moscatel, Oporto, vino de Misa, etc. Finalmente, la calzada nos conduce a la plaza del pueblo, donde los niños escalan el pequeño rocódromo ante la atenta mirada de sus padres. A un servidor, andar le abre el apetito. Por eso antes de continuar, es necesaria una parada técnica en el bar Casino, punto de reunión por excelencia de los habitantes de Sallent, a tomar un pincho y una caña. 

El rocódromo de Sallent, situado en la plaza del pueblo

Llenado el buche y recobradas las fuerzas, salimos del pueblo y tomamos el desvío a la izquierda para visitar el municipio de Lanuza. Abandonado durante décadas tras la expropiación y construcción del pantano de mismo nombre, es famoso por el festival Pirineo Sur que tiene su escenario en las mismas aguas del pantano. Durante años, los vecinos de Lanuza pelearon por recuperar su pueblo, ya que el nivel de las aguas era menor del que se pensó que alcanzaría en un primer momento y sus casas permanecieron casi en su totalidad sobre la superficie. Finalmente, se accedió a su petición, y en la actualidad se encuentra casi totalmente restaurado. 

Lanuza, muchos años pueblo fantasma, ha recuperado la vida. Además, ser el escenario del festival músical de Pirineo Sur le ha puesto en el mapa

De vuelta a la civilización, o lo que es lo mismo, de nuevo en la concurrida carretera del Portalet, hay un último alto obligado. Llegando a la altura del pantano de Búbal, desviándose a la derecha, y tras una pronunciada subida de unos dos kilómetros, está Tramacastilla. Otrora pueblo de pastores, lo que se hace palpable en todos y cada uno de los excelentes restaurantes que hay en la localidad, donde las migas son el plato estrella. Y por supuesto, no íbamos a dejar pasar la ocasión de probarlas. Escogimos el restaurante La Era, donde nos dieron un servicio excelente. Las migas hicieron justicia a su fama, y rematamos la faena con un buen chuletón. Todo ello regado con un buen tinto. ¿El precio?, más que razonable: 25 euros por persona incluyendo los cafés. 

Tramacastilla de Tena es famosa por sus restaurantes donde las migas son plato obligado para el visitante.

Más que satisfechos, montamos en el coche rumbo a Zaragoza. No podía evitar mirar constantemente por la ventanilla pensando en la cantidad de secretos y belleza que celosamente guardan estas montañas. Y lo mejor es que no hay que pagar forfaits ni hacer colas para descubrirlos.

Enlaces
Guía de excursiones por el Valle de Tena
La gastronomía del Valle de Tena

viernes, 12 de noviembre de 2010

Marrakech

Una escapada a la Tierra de Dios

 La Plaza Jamaa El Fna es el corazón de la ciudad de Marrakech. Foto: Sergio Artiaga

Esa es la traducción en árabe de Marrakech. La Tierra de Dios. Un guiño del destino, pues la ciudad está impregnada del misticismo y las sombras que dejan entrever un pasado de grandeza y riquezas oculto tras cada una de las murallas que la guardan. No en vano, fue una de las cuatro ciudades imperiales de Marruecos. “La Perla del Sur”, como también es llamada, es un lugar que atrapa al turista con alma de viajero, y le hace disfrutar con cada uno de los miles de pequeños detalles que le ofrece durante su estancia.

 A pesar de ser una ciudad turística, Marrakech posee una personalidad arrolladora. Foto: Sergio Artiaga

Lo primero que llamó nuestra atención fue la proximidad del aeropuerto con la medina, la ciudad antigua, punto neurálgico de la urbe y nuestro destino. Algo inusual si tenemos en cuenta que Marrakech sobrepasa el millón y medio de habitantes. Durante el trayecto, uno se va haciendo a la idea de que cruzar la calle como peatón será todo un acto de fe. Quince minutos, y tres o cuatro milagros en forma de motociclistas ilesos después, bajamos del taxi junto a la Plaza des Ferblantiers en plena medina. En esta plaza se puede encontrar los pequeños talleres artesanos dedicados a la forja. Faroles de todos los tamaños y formas dan colorido al lugar. Allí esperaba el “mozo de equipajes” del riad. Subió las maletas a un pequeño remolque que empujó a pulso mientras continuábamos a pie por las estrechas calles “semipeatonales”, puesto que a pesar de ser angostas y estar abarrotadas de turistas y tenderos, las motos y bicicletas circulan por ellas con una destreza que raya lo temerario.

 Puesto de artesanía típico de la Plaza des Flerbantiers. Foto: Sergio Artiaga

Nos hospedamos en el Riad dar More, situado en un derb, un callejón sin salida, a escasos metros de la Plaza Jamaa El Fna. Un riad es una casa típica restaurada a modo de hotel, con su patio y salones comunes, y se encuentran repartidos por toda la medina. Lo que en España sería una casa rural, sólo que en mitad de la ciudad. Si lo que busca el visitante son los grandes hoteles occidentales, como el famosísimo y lujoso La Mamounia, deberá buscarlos en el Gueliz, la zona moderna. Una vez instalados y ubicados en el plano, estábamos listos para la aventura.

El turista debe ir atento a todo lo que tiene a su alrededor. En Marrakech, un leve movimiento de cabeza puede descubrir detalles como este. Foto:Sergio Artiaga

La primera parada es la Plaza Jamaa El Fna. Se trata de una de las plazas más famosas y concurridas del mundo, contando con una característica que la hace única: tiene vida propia. A primera hora no es más que una gran extensión de asfalto, pero con el paso de las horas se va transformando. Primero llegaban vendedores ambulantes acompañados de los encantadores de serpientes. Les siguieron aguadores, limpiadores de zapatos o incluso improvisados dentistas con alicates en mano. Y al caer la noche, todo desapareció para dejar su sitio a un gigantesco restaurante al aire libre, formado por puestos independientes donde se puede cenar barato y bien. Especialmente recomendables son el tajine, la pastilla o el cuscús. No se asusten los de estómago poco aventurero, ya que también se puede comer patatas fritas, sardinas, calamares o berenjenas. Un auténtico festín por 100 dirhams, que son 10 euros al cambio. Sentados en la plaza, hacia el sur, se distingue un majestuoso minarete de aire familiar que preside la plaza. Se trata de la Koutoubia, la mezquita más famosa de la ciudad, en cuya fachada se inspira la Giralda de Sevilla. Es la torre más alta de Marrakech, accesible únicamente para el culto.

Interior de los Jardines Majorelle. Foto: Sergio Artiaga

El clima nos bendijo de igual modo en nuestro segundo día. Lo aprovechamos para ver una panorámica desde el techo descubierto de uno de esos autobuses turísticos. ¿Tópico?, si. ¿Rentable?, mucho. El recorrido te adentra en la zona nueva, lo que debe ser aprovechado para ver los Jardines Majorelle, con plantas que representan los cinco continentes y que perteneció hasta su muerte al diseñador francés Yves Saint Laurent. Un lugar presidido por el silencio que emana paz por los cuatro costados. Y por esos derroteros continúa el trayecto al llegar más tarde a la Menara, un pequeño lago artificial donde la gente pasea tranquilamente, bien a pie o bien en camello por un módico precio.

 La gastronomía de la ciudad no es muy variada, pero cada uno de los platos merece la pena. Fotos: Sergio Artiaga

Por la tarde nos armamos de valor (y de dirhams) para recorrer los distintos zocos de la medina. Y eso, para un pudoroso y torpe “regateador” como yo es una prueba de fuego. Suerte que el idioma no fue un problema porque casi todo el mundo habla español. Sin saber muy bien cómo, me encontré de golpe rodeado de mercaderes y tenderos que me ofrecían desde babuchas, teteras y lámparas de Aladino hasta excursiones por el Atlas a pueblos bereberes, “cigarrillos de la risa” o raíces que hacen la función de la viagra. Aplicamos el consejo que nos dieron en el riad y tratamos de sacar nuestras compras por debajo de la mitad del precio inicial que nos pedían. Unos cedieron finalmente…otros, simplemente reían y nos deseaban suerte.
Si tanto ajetreo llega a abrumar y se necesita un momento de paz, lo mejor es tomarse un descanso en el Café des Épices y disfrutar de las pintorescas vistas de su terraza.

 Uno de los patios del Palacio de Bahía. Foto: Sergio Artiaga

Para nuestra última cena en Marrakech, nos dimos un homenaje en el restaurante Le Tanja y de paso nos reencontramos con una vieja amiga que hace días que no veíamos: la servilleta. Le Tanja es un restaurante muy elegante decorado al estilo árabe. Su carta combina platos típicos con otros más atrevidos. Un servidor pidió cuscús Real con brochetas, pan y bebida, todo amenizado con bailarinas de la danza del vientre. Total: 25 euros.

 Vista panorámica desde la terraza del Café des Épices. Foto: Sergio Artiaga

La mañana de nuestra partida la aprovechamos para realizar una visita de carácter cultural. Vimos de un plumazo el Palacio de Bahía del siglo XIX, antigua residencia del visir, y las tumbas sefardíes. Pero lo que más disfrutamos fue el último paseo hasta el riad para recoger las maletas. En ese instante, se apodera de mí un sentimiento de felicidad por haber “descubierto” esta joya de la humanidad y la certeza de que no dejaré pasar el tiempo hasta volver de nuevo. Olores, sabores, colores… y recuerdos imborrables de los que permanecen para siempre en la memoria. Aún hay mucho por ver en la Tierra de Dios.//

Enlaces
Guía de Marrakech
Historia de Marrakech

Bienvenida

Para todos aquellos que disfrutan haciendo la maleta. Para los que anhelan descubrir nuevos lugares. Para los que de pequeños soñaron con explorar el mundo. Para quienes, amando su tierra, sienten la inquietud de descubrir nuevas culturas. Para poder abrir una pequeña ventana a los que no tienen o no pueden abrir la puerta. Para traspasar las fronteras que no están más que en la imaginación de los hombres. Para deleite de los sentidos. Para disrute de los paladares más exóticos. Para los que creen que conocer es ver. Para rendir homenaje a la madre naturaleza y a todos aquellos que antes que nosotros poblaron nuestro planeta.

Para aprender, para mostrar, para admirar, para compartir, para sentir, para imaginar, para soñar.
En resumen... para ti: viajero. Este es tu espacio.

"Viajar es imprescindible y la sed de viaje, un síntoma neto de inteligencia", Enrique Jardiel Poncela, escritor y dramaturgo español.